El arte urbano también tiene sus santos, y aquí llega uno de los más grandes: San Bowie. Esta obra de 122 x 80 cm, construida sobre madera contrachapada, respira la crudeza de la ciudad gracias a un fondo armado en collage con cartelería callejera auténtica, reforzado con técnicas mixtas que le aportan volumen, textura y capas de historia.
En medio de ese caos visual aparece David Bowie, convertido en un mesías pop. El rayo de Aladdin Sane marca su rostro como si fuera un estigma, mientras su cuerpo adopta la iconografía sacra. A su alrededor, símbolos de la cultura urbana —desde AC/DC hasta MTV— lo elevan a un altar profano donde la música, la rebeldía y la devoción se cruzan sin pedir permiso.
San Bowie no está hecho para adornar: está hecho para sacudir. Es un grito visual, un choque cultural donde la música se convierte en religión y la calle en el mejor templo.
